Los abogados de los represores repetían el libreto ignominioso de pedir la nulidad de las actuaciones e iniciaban la jornada con todos los obstáculos tan impertinentes como necios. Durante toda la audiencia, los defensores de los inculpados se reían, gesticulaban y comentaban ostentosamente las respuestas de la presidenta del tribunal, de la fiscalía, y por supuesto de Betty.
Betty fue secuestrada el 11 de marzo de 1979, separada de su hijito de 9 meses, llevada al centro clandestino de detención, donde fue torturada desde el primer momento en que pisó las inolvidables escaleras desde las que fue arrojada hasta los subsuelos del horror. Fue golpeada, quemada, torturada con corriente eléctrica. Querían información sobre la comisión de familiares a la que Betty acudía porque su esposo había sido secuestrado unos meses antes, Alejandro Firpo, a quién volvió a ver en la ESMA, con grilletes y en muy mal estado.
Betty sufrió incontables violaciones por parte de los represores; ir al baño era equivalente a violación, por lo que las mujeres resolvieron no ir más, su dignidad estaba en mantenerse limpiamente sucias. En este tramo del juicio de ESMA se ha denunciado por primera vez la sistematización de los delitos sexuales en las torturas infringidas a las mujeres.
Betty soportó todo el abanico de humillaciones a que eran sometidos los prisioneros con el intento de anularles la voluntad, arrebatarles principios, sentimientos, integridad...
Después de meses de ser torturada en el sótano, la subieron a “Capucha”, donde no cesaron ni las golpizas ni las vejaciones. Posteriormente, fue bajada al comedor y obligada a permanecer sentada. “Allí soporté el peor de los tormentos: escuchar permanentemente las torturas de las personas, ya que solamente me separaba un tabique de la sala de torturas”.
Todos los momentos transitados por Betty fueron en el filo del sufrimiento y del espanto. En una oportunidad le fueron entregados cuatro chicos que no superaban ninguno de ellos los cuatro años, por los gritos y la violencia desplegada, Betty, atinó a sacarle los zapatos a una de las nenas y esconderlos con ella bajo la mesa. Puso su cuerpo, protegiéndolos como hacen las madres, sin embargo vinieron los guardias y se los arrebataron; nunca supo cómo se llamaban, pero jamás se olvidó de ninguno de ellos: no pudieron arrebatárselos del todo.
Otra escena tan dolorosa como dantesca que Betty denunció, cuando fue obligada a vestirse como una mujer policía para sacarle el bebé a una compañera. La tomó en sus brazos tratando de enviar algún tipo de señal o mensaje a la madre para hacerle saber que ella era otra víctima más, forzada en ese plan terrorífico de destruir. Cuidó a la nena con doble esmero de madre, tanto que cuando el oficial al mando vino a sacársela para maltratarla, Betty se resistió como una leona, poniendo otra vez el cuerpo, poniendo otra vez la vida.
En el momento que la Comisión de Derechos Humanos de la OEA llega a Argentina, varios prisioneros de la ESMA, fueron trasladados a una isla; a Betty le fue impuesta la coordinación de la cocina, debiendo preparar la comida para todos los que allí estaban. En este punto, la voz se le caía en el vacio del recuerdo de los compañeros que no fueron, ya que todos lo sabían pero no lo mencionaban ni siquiera en el silencio, los demás habían sido objeto de traslado, una nueva figura que hubo que incorporar desde el inicio del genocidio: traslado era sinónimo de asesinato.
Sin precisar el tiempo, ya que son otras las dimensiones que deben manejarse en estas situaciones, Betty fue llevada a ver a su hijito de meses, custodiada permanentemente por oficiales, suboficiales o guardias. Transcurrido el tiempo que los represores evaluaban que los prisioneros estaban en una fase de recuperación aceptable, pasaban a tener otro tipo de lazo de igual sometimiento, ya que seguían bajo el control y dominación de los represores. Así Betty estuvo en limbo de secuestro durante varios meses. La ESMA se instalaba en las casas que Betty iba a vivir, ya que controlaban cada movimiento y debía informar de cualquier paso a dar.
En este período es llevada junto a otros compañeros a una quinta, una simulación dantesca de un acontecimiento normal, un grupo de personas reunido para comer un asado, pero que encubría unas cadenas tan invisibles como insoportables.: “Nos querían anular las emociones, estaban pendientes de nuestras actitudes y nuestros sentimientos, si nos daban por no recuperados, seríamos trasladados”. En este lugar ocurrió un hecho que Betty recordó con especial emoción. Un nene se cayó en una pileta, los marinos no hacían nada, expectantes a la reacción de alguien, en la tensión sólo se escuchaba el pataleo del nene en el agua. Betty atinó a tapar los ojos a su hijo, y un compañero -otro que puso el cuerpo- se tiró a salvarlo, sabiendo que podría ser el pasaje a un vuelo de la muerte, pero que aún con esa posibilidad, era un pasaje de ida y vuelta para todos los hijos de la vida.
Durante toda la audiencia, Betty fue fijando los recuerdos que le llegaban hilvanados desde el espacio protegido en todos estos años de memoria; trajo los nombres de los compañeros con los que compartió cautiverio: la familia Villaflor, Cachito Fukman, Teresa y Pablo, Laura, Víctor Basterra, Carlos Lordkipandise, Ramón Ardetti, Mariana Wolfson, Tachito, Mario Villani, Guillermo el arquitecto, Roberto Barreiro, Rosa Paredes, Osvaldo el abogado, Thelma Jara de Cabezas…
Y enumeró describiendo a los represores y torturadores: el gordo Daniel, Tomás, Abdala, Marcelo – Ricardo Cavallo-, Juan Palanca, Jerónimo, Giba, Díaz Smith…
Respondió a las preguntas de la Fiscalía, a las de los miembros del Tribunal, a las de los otros querellantes… pero cuando los abogados de los represores que se escondían en la no credibilidad de los dichos, buscaron en forma inquisitorial, hacerla entrar en contradicciones, a pesar del cansancio y de la conmoción de volver a revivir cada uno de los segundos padecidos, Betty se erguió sobre su maltrecha espalda, vigorizó su voz y no renegó de su militancia montonera ni de Eva Perón, que para la identidad de Betty, son elementos constitutivos de vida. Tanto es así que restó la importancia de las secuelas de las torturas en su espalda y en su pierna.
Cavallo no se despegó de la pantalla de la computadora último modelo.
Betty no se despegó de los abrazos de los compañeros que la aplaudían al salir, sin dejar de agradecer a nadie la presencia, la cercanía, y la perseverancia de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos. Betty ya había recuperado la sonrisa.