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lunes, 7 de enero de 2013

No son los medios. Fue genocidio, por Andrea Benites-Dumont


La ESMA fue un centro clandestino de detención y exterminio durante toda la dictadura genocida. Por dicho centro pasaron cerca de 5000 prisioneros.

Durante los gobiernos constitucionales, los marinos se dedicaron a ocultar con reformas y eliminar toda prueba del horror transitado, amparados en las leyes de impunidad otorgadas por gobiernos democráticos.

Luego de los juicios a las Juntas y de las denuncias de los sobrevivientes, comenzaron a ubicarse y señalizarse dónde funcionaron los cientos de centros clandestinos de detención y exterminio que las fuerzas represivas extendieron a lo largo y a lo ancho de Argentina.
De la voz de los sobrevivientes, familiares y compañeros, comenzaron a corporizarse las ausencias dolorosas, y las cifras de las desapariciones recobraron sus nombres,  se iniciaron entonces ritos de recuperación de recuerdos y de construcción de memoria.  

Fue así  perfilándose entonces la importancia de los memoriales donde hubo antes campos de horror,  y también se crearon otros espacios simbólicos y evocativos.
A partir del año 2000 se produce el surgimiento de una amplísima actividad conmemorativa: la preservación de los CCD y E fueron demostración inequívoca de la lucha de organismos de derechos humanos para que dichos sitios sean parte del conjunto de la memoria histórica. Se han dado diversos debates que planearon tanto en la existencia y significado de los asentamientos históricos concretos, en la pedagogía sobre la memoria histórica como centros explicativos únicos, y, se presupone, que en todas las propuestas, estaba inamovible la obligación principal de preservar la dignidad de las víctimas. Se impone así la necesidad de lograr conjugar la conmemoración y la educación como elementos indisolublemente relacionados. La conmemoración debe servir para mantener vivo el recuerdo, la memoria de los que desaparecieron. Pero si no se consigue interpelar a la sociedad sobre los hechos y las circunstancias históricas, si se diluye el pasado con elementos ajenos y tergiversadores, la conmemoración y el recuerdo no sirven de nada. 

Para trasladar la cartografía completa del genocidio es indispensable personalizar  tanto a las víctimas como a los represores, para entender así lo que los centros de concentración significaron en el plan genocida establecido. El genocidio en Argentina fue el resultado de un plan de dominación y de un proyecto económico y político por parte de los sectores dominantes, militares y sus cómplices civiles, y no una aventura golpista ni tan siquiera un generalizado episodio de crueldad, lo habido en Argentina desde marzo de 1976, con connatos previos, fue un genocidio, es decir la eliminación de grupos opuestos y contrarios a los planes de dictatoriales. Este debate que aún se resiste en algunos ámbitos, la figura penal de genocidio, viene siendo aceptado desde diferentes disciplinas –jurídica, sociológica, histórica, etc.- como producto de una fuerte e incansable lucha de los empecinados hacedores de memoria. 

La mera exposición de los CCD y E  son testimonios abrumadores del horror, y dan asimismo una información sobre los aspectos determinantes de lo allí acaecido; los campos de concentración abarcan diversos aspectos como espacios de referencia histórica: incitan al entendimiento sobre los crímenes, el lugar en sí evidencia cómo sucedieron los crímenes, y finalmente el contacto directo ayuda a desarrollar una relación personal con esos acontecimientos del pasado. La empatía con las víctimas se produce en lo profundo. No hay maquillaje posible.

El sostén más importante, sin duda alguna, es la memoria y testimonio de los sobrevivientes, que no se limita  sólo a la cotidianidad del horror, sino que identifican a los causantes del mismo. Personalizar a las víctimas y a los represores,  es asentar la índole humana no lejana al conjunto de la sociedad, y para que quienes entonces se acercan a los memoriales no sean meros espectadores asombrados o excéntricas visitas turísticas. 

En la construcción de la memoria colectiva se han desarrollado desde la última década en Argentina, juicios, centros, institutos, seminarios, publicaciones específicas en las que surgen nuevas investigaciones y materiales y que abarcan variedad de temáticas: el trabajo esclavo, los delitos sexuales, la búsqueda por los menores apropiados, el rol empresarial, la complicidad, la naturalización de la impunidad…

El genocidio se diferencia -entre otros aspectos- de otras formas de asesinato masivo, por el  papel del Estado como el perpetrador de los crímenes contra sus propios ciudadanos. El Estado se convirtió en el principal ejecutor de los crímenes. Y esto parece ser lo más costoso de ser asumido en Argentina, y, que sin embargo quienes se resisten a ello, no dudan en la calificación y comprensión de otros genocidios cometidos en otros países 

Auschwitz, es quizás el mayor símbolo del genocidio perpetrado por el nazismo. También en Argentina existen símbolos del genocidio, la ESMA es uno de ellos. 

Es impensable hablar de un ex Auschwitz. La memoria histórica lo rechaza radicalmente. Los millones de seres humanos allí exterminados nos lo impiden desde las capas más periféricas de la conciencia humana, como también el rechazo que produce el eliminar la significación del mismo. 

En Argentina hubo un genocidio, no puede hacerse una re-significación del genocidio, no hay lugar ni científico ni emocional para ello. Pueden inventarse otras caracterizaciones o apreciaciones, pero el genocidio en sí no tiene matices ni representaciones extrañas. 

Se ha realizado un asado en la ESMA, y puede afirmarse que es una más de las muchas actividades dentro de una representación de la memoria que se ejerce a diario en un predio donde el horror fue el determinante de su trascendencia. Sin embargo se ha señalado con dolor, rabia y tristeza, el significado de los “asados” en la ESMA. Las acciones anteceden a la comprensión, y ésta no es un requerimiento para la ejecución de la acción, pero sí el entendimiento, la comprensión de la misma, permite gestar y gestionar pensamiento, analizar el alcance de las acciones, sus repercusiones, desarrollar un enfoque crítico sobre la responsabilidad ante cada acción, como la que les corresponde a los grandes medios de comunicación que hoy se espantan de lo que ayer aplaudían.

Afirmar que la ESMA ya no es la ESMA es la consecuencia fatídica de la banalización de la política y del pasado inmediato, pero es también la apropiación de los derechos humanos en clave partidaria, es denostar todo pensamiento y sentimiento crítico; y banalizar el lenguaje arrancándole su contenido ideológico lleva a que los centros clandestinos de detención y exterminio sean meros salones de espectáculos con adornos retóricos, despojan el sentido de testimonio material de los centros clandestinos de detención y exterminio: sustraen el genocidio perpetrado, y entonces se alcanzará el objetivo de la negación del genocidio.

Por todo ello, y por todos ellos, los que nos completan: la memoria, como mínimo, es un arma de justicia.

Andrea Benites-Dumont
(AEDD)

Sucriben esta nota :
Agustín Moreno (Profesor); Carlos Taibo (Catedrático); Manuel Fernández (Solidaridad Obrera); José Manuel Martin Medem (periodista); José Luis Carretero (Profesor); Fernando Rocha (Casapueblos); Ernesto L. Cháneton (abogado);  Raúl Pascual (Casapueblos); Rubén Kotler (historiador)

martes, 20 de noviembre de 2012

Un testimonio demorado en una audiencia anticipada da inicio al juicio ESMA, por Andrea Benites-Dumont



A partir del 28 de noviembre se iniciará uno de los juicios más importantes habidos  en la Argentina, 68 represores imputados, más de 800 testigos y cerca de 780 casos,  pero el día 5 de noviembre, Blanca García Alonso, Betty, apoyada en su bastón y en su dignidad, abrió el juicio.

Los abogados de los represores repetían el libreto ignominioso de pedir la nulidad de las actuaciones e iniciaban la jornada  con todos los obstáculos tan impertinentes  como necios.  Durante toda la audiencia, los defensores de los inculpados se reían, gesticulaban y comentaban ostentosamente las respuestas de la presidenta del tribunal, de la fiscalía, y por supuesto de Betty.

Betty fue secuestrada  el  11 de marzo de 1979, separada de su hijito de 9 meses,  llevada al centro clandestino de detención,  donde fue torturada desde el primer momento en que pisó las inolvidables escaleras desde las que fue arrojada hasta los subsuelos del horror. Fue golpeada, quemada, torturada con corriente eléctrica. Querían información sobre la comisión de familiares a la que Betty acudía porque su esposo había sido secuestrado unos meses antes, Alejandro Firpo, a quién volvió  a ver en la ESMA, con grilletes y  en muy mal estado.

Betty sufrió incontables violaciones por parte de los represores;  ir al baño era equivalente a violación, por lo que las mujeres resolvieron no ir más, su  dignidad estaba en mantenerse limpiamente sucias. En este tramo del juicio de ESMA se ha denunciado por primera vez la sistematización de los delitos sexuales en las torturas infringidas a las mujeres.

Betty soportó todo el abanico de humillaciones a que eran sometidos los prisioneros con el intento de anularles la voluntad, arrebatarles principios, sentimientos, integridad...

Después de meses de ser torturada en el sótano, la subieron a “Capucha”, donde no cesaron ni las golpizas ni las vejaciones. Posteriormente,  fue bajada al comedor y obligada a permanecer sentada. “Allí soporté  el peor de los tormentos:   escuchar  permanentemente las torturas  de las personas, ya que solamente me separaba un tabique de la sala de torturas”.

Todos los momentos transitados por Betty fueron en el filo del sufrimiento y del espanto. En una oportunidad le fueron entregados cuatro chicos que no superaban ninguno de ellos los cuatro años, por los gritos y la violencia desplegada, Betty, atinó a sacarle los zapatos a una de las nenas  y esconderlos  con ella bajo la mesa. Puso su cuerpo, protegiéndolos como hacen las madres, sin embargo vinieron los guardias y se los arrebataron; nunca supo cómo se llamaban, pero jamás se olvidó de ninguno de ellos: no pudieron arrebatárselos del todo.

Otra escena tan dolorosa como dantesca que Betty denunció,  cuando  fue obligada a vestirse como una mujer policía para sacarle el bebé a una compañera. La tomó en sus brazos tratando de enviar algún tipo de señal o mensaje a la madre para hacerle saber que ella era otra  víctima más, forzada en ese plan terrorífico de destruir. Cuidó a la nena con doble esmero de madre, tanto que cuando el oficial al mando vino a sacársela para maltratarla, Betty se resistió como una leona, poniendo otra vez el cuerpo, poniendo otra vez la vida.

En el momento que la Comisión de Derechos Humanos de la OEA llega a Argentina, varios prisioneros de la ESMA, fueron trasladados a una isla; a  Betty le fue impuesta la  coordinación de la cocina, debiendo preparar la comida para todos los que allí estaban. En este punto, la voz se le caía en el vacio del recuerdo de los compañeros que no fueron, ya que todos lo sabían pero no lo mencionaban ni siquiera en el silencio, los demás habían sido  objeto de traslado, una nueva figura que hubo que incorporar desde el inicio del genocidio: traslado era sinónimo de asesinato.

Sin precisar el tiempo, ya que son otras las dimensiones que deben manejarse en estas situaciones, Betty fue llevada a ver a su hijito de meses, custodiada permanentemente por oficiales, suboficiales o guardias.  Transcurrido el tiempo que los represores evaluaban que los prisioneros estaban en una fase de recuperación aceptable, pasaban a tener otro tipo de lazo de igual sometimiento, ya que seguían bajo el control y dominación de los represores.  Así Betty estuvo en limbo de secuestro durante varios meses. La ESMA se instalaba en las casas que Betty iba a vivir,  ya que controlaban cada movimiento  y debía informar de cualquier paso a dar.

En este período es llevada junto a otros compañeros a una quinta, una simulación dantesca  de un acontecimiento normal, un grupo de personas reunido para comer un asado,  pero que encubría unas cadenas tan invisibles como insoportables.: “Nos querían anular las emociones, estaban pendientes de nuestras actitudes y nuestros sentimientos, si nos daban por no recuperados, seríamos trasladados”. En este lugar ocurrió un hecho que Betty recordó con especial emoción. Un nene se cayó en una pileta,  los marinos no hacían nada, expectantes a la reacción de alguien, en la tensión sólo se escuchaba el pataleo del nene en el agua. Betty atinó a tapar los ojos a su hijo, y un compañero  -otro que puso el cuerpo-  se tiró a salvarlo, sabiendo que podría ser el pasaje a un vuelo de la muerte, pero que aún con esa posibilidad, era un pasaje de ida y vuelta para todos los hijos de la vida.

Durante toda la audiencia, Betty fue fijando los recuerdos que le llegaban hilvanados desde el espacio protegido en todos estos años de memoria; trajo los nombres de los compañeros con los que compartió cautiverio: la familia Villaflor, Cachito Fukman, Teresa y Pablo,  Laura, Víctor Basterra, Carlos Lordkipandise, Ramón Ardetti, Mariana Wolfson, Tachito, Mario Villani, Guillermo el arquitecto, Roberto Barreiro, Rosa Paredes, Osvaldo el abogado,  Thelma Jara de Cabezas…

Y enumeró describiendo a los represores y torturadores: el gordo Daniel, Tomás, Abdala, Marcelo – Ricardo Cavallo-, Juan Palanca, Jerónimo, Giba, Díaz Smith…

Respondió a las preguntas de la Fiscalía, a las de los miembros del Tribunal, a las de los otros querellantes… pero cuando los abogados de los represores que se escondían en la no credibilidad de los dichos,  buscaron en forma inquisitorial, hacerla entrar en contradicciones, a pesar del cansancio y de la conmoción de volver a revivir cada uno de los segundos padecidos, Betty se erguió sobre su maltrecha espalda, vigorizó su voz y no renegó de su militancia montonera ni de Eva Perón, que para la identidad de Betty, son elementos constitutivos de vida. Tanto es así que restó la importancia de las secuelas de las torturas en su espalda y en su pierna.

Cavallo no se despegó de la pantalla de la computadora último modelo.

Betty no se despegó de los abrazos de los compañeros que la aplaudían al salir, sin dejar de agradecer a nadie la presencia,  la cercanía, y  la perseverancia de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos. Betty ya había recuperado la sonrisa.