Por Luis Mattini
Para la izquierda formal, esa que en los setentas fue pasiva y critica del proyecto revolucionario que encaramos y para muchos de las nuevas generaciones la Presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini es la memoria de esa época, y por cierto lo es desde el punto de vista de la denuncia de la atrocidades de los militares, o sea los crímenes de guerra. Eso explica el lamentable hecho de que casi todo el recuerdo que viene de la posterioridad inmediata a los hechos, es la memoria de la muerte. La parte negativa de esa visión limitada, parcial, es que estamos llenando a La Argentina de museos de la memoria que parecen Panteones de la muerte
La parcialidad consiste en que la inmensa obra de denuncias llevada a cabo por la organización Madres de Plaza de Mayo es muy importante y parte insustituible de la historia, pero no es toda la historia, mucho menos la más rica y pedagógica. Porque la parte mas importante de esa historia, es la parte vital, la que deja enseñanzas para el presente y futuro, es la que habla de la vida, de la rebeldía, de la pasión por la lucha, de la alegría de la militancia, de la felicidad que provee el acto de libertad; también de la inteligencia y la desinteligencia de los proyectos, quiero decir de los aciertos y errores.
La ferocidad y la brutalidad de los militares no se debió a una especial patología en el cuerpo castrense, ni a nuestros errores, sino precisamente a nuestros aciertos. En efecto, la creciente fuerza del movimiento popular, del cual fuimos parte especialmente activa, preocupó mucho a los poderes de modo tal que establecieron sólidos planes represivos para defender los privilegios puestos bajo real amenaza. Nuestro principal acierto fue esa decisión de lucha y la puesta en práctica, la acción. Nuestro principal error fue la subestimación de la fuerza del enemigo, la sobreestimación de nuestras propias fuerzas y no haber advertido a tiempo que la dureza de la represión obedecía a una estrategia bien racional y definida, la que fue elaborada por la Escuela Francesa, mientras nosotros nos habíamos preparado para resistir la doctrina de la llamada Escuelas de las Américas, ello, dicho sea de paso, por haber compartido con el ex campo socialista, la visión unilateral de un imperialismo centrado en los EE.UU.
De todo eso, Hebe no puede hablar, porque según ella misma lo ha dicho, en ese tiempo se dedicaba a la cocina. En cambio hay decenas de compañeras sobrevivientes, ex presas o ex exiliadas, de la edad de Hebe y centenares de la edad de sus hijos, que pueden hablar porque fueron activas, armadas y no armadas. Mujeres que, fieles a la época del hacer, hacían. No amenazaban: actuaban y después hablaban, a veces para explicar lo hecho, y sólo si era necesario. Ellas son la memoria completa, y sin embargo muy pocos le preguntan a ellas. Las nuevas generaciones no las interrogan porque no saben, porque el monopolio de esa información lo ha institucionalizado la organización que preside Hebe y lo está malversado. A los demás, a los testigos observadores de esa época, no se les pregunta a fondo porque puede ser incómodo la respuestas al interrogante “¿Y vos que hacías en ese tiempo?”
Por otra parte hay también algunos protagonistas que no quieren hablar por diversos motivos, algunos legítimos y otros por miedo al que dirán y hasta hay quienes no pueden explicar en forma racional qué pensaban en esa pasión de la lucha, no porque sean tontos, sino porque la evidencia de los hechos no necesitaba discursos.
Por ejemplo, una de las cosas que Hebe no sabe, es que nosotros, los del PRT-ERP, y gran parte de setentistas aliados, nos planteamos una política de ruptura caracterizada por la acción, incluida la acción armada. Y eso implicó una profunda discusión ideológica porque rompía el concepto de militancia tradicional y que es más o menos el que se ha retomado hoy en día. O sea, la inmensa mayoría de esos militantes que desfilan bien uniformados por las calles que les marca el gobierno, no tienen ni siquiera idea de que existe un concepto de ruptura y que el mismo no consiste en cascotear a la policía precisamente y que no se trata de democracia o dictadura. Se trata de una actitud, una decisión de los revolucionarios, una de las enseñanzas básicas del Che de la cual no me consta que hablen los teóricos que dan cursos en la Universidad de Madres: Elegir el terreno de lucha.
. En efecto, nosotros no elegimos la lucha armada porque no teníamos otro remedio. La nuestra, justa o errónea, fue una opción consciente y muy debatida y consistía de hecho en una ruptura. Las nuevas generaciones deben saber también, que el Estado de Derecho y el sistema político llamado democracia, no es un invento de ahora. La mayor parte de esos años que luchamos funcionaba el sistema judicial, por lo que, en muchos caso, nuestros compañeros fueron juzgados por violar la ley. Sobre todo en los primeros tiempos, durante la dictadura de Lanusse. En tales casos los compañeros en el banquillo de los acusados, solían pedir la palabra expresando el juicio de ruptura, es decir que no aceptaban ese tribunal y se declaraban prisioneros de guerra y acogiéndose al Convenio de Ginebra.
Claro, los maduros testigos de la época, los que nos acusaban de foquistas, se sonríen con conmiseración de esa “ingenuidad”, o peor, de ese “infantilismo” nuestro de aquellos tiempos. Lo que no se tiene en cuenta, es que ese compañero nuestro jugado en una política de ruptura, estaba siendo juzgado no por la contravención de cortar la Panamericana para reclamar por un aumento de salarios, perjudicando a la población, sino por intentar asaltar militarmente una comisaría o un cuartel para tomar el poder y cambiar el sistema de raíz, enfrentándose con profesionales armados, evitando arriesgar a la población civil. El proyecto de toma del poder, no buscaba torcer la voluntad de los jueces, sino crear un nuevo sistema de justicia. Esa era la “pequeña” diferencia con la actual actitud de Hebe. Nuestras compañeras no hubieran amenazado en un discurso ocupar los tribunales para forzar la decisión de los jueces, no, de ninguna manera, ellas primero, antes de hablar, hubieran tomado el Palacio en serio, después quizás habrían hecho una asamblea para ver cómo continuar.
Además, otra de las cosas que esa forma limitada, parcial, de esos del recuerdo de aquellos años, oculta, es la acción concreta, vital y sobre todo prioritaria, en pos de la justicia social. Nuestros compañeros no amenazaban asaltar los tribunales para ayudar a resolver un conflicto de poderes a favor del gobierno, no, nuestros compañeros reservaban esas energías para asaltar camiones de alimentos, para hacer justicia social en concreto repartiendo entre los necesitados, llamando a la acción con el ejemplo, no con el discurso.
Insisto, fueron años de política de ruptura, de acción. No de discursos. Y lo fueron por diversas razones, pero entre la más importante, porque había disposición para tomar esa decisión militante por parte de cientos de chicas y muchachos. Hoy no se puede plantear la ruptura porque esa disposición no parece estar, quizas porque las camisetas, las banderas y los uniformes de Guevara, hayan tapado sus palabras y los muchachos que desfilan a diario por la avenida de mayo no tienen ni idea de este asunto y estén convencidos de que ese es el camino del Che. O quizás sea cuestión de ver más de cerca y discutirlo.
En todo caso lo que es objetivo es que no estamos frente a una política de ruptura, por lo tanto, amenazar con actos de ruptura sin cumplirlos, es puro discurso, es la negación de los setentas, de hacer de la palabra hechos; o sea es repetir la práctica de la izquierda tradicional que se la pasó décadas amenazando con tomar el poder e hizo de ese discurso un modus vivendi.
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