“La VI Cumbre marcará un antes y un después en las relaciones entre la Unión Europea y América Latina”. Eso aseguraba poco antes de la celebración del encuentro en Madrid, en mayo pasado, la vicepresidenta primera del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega. ¿Alguien notó el cambio? Difícilmente.
Las ausencias de mandatarios fueron el primer síntoma de que eso no sería así. Por parte europea, en la cumbre estuvieron sólo 14 de los 27 presidentes, primeros ministros o jefes de Estado de la Unión Europea. Por parte de América Latina y el Caribe, 19, de un total de más de 30. España, reivindicando siempre ser el “puente natural” entre ambas regiones, pretendía apuntarse un tanto a su favor para coronar su presidencia semestral de la Unión Europea. Pero, una vez más, su torpeza en materia de política exterior
estuvo a punto de mostrar su incapacidad para ser ese “puente”. El Gobierno español no tuvo mejor idea que invitar a la cumbre a Porfirio Lobo, el presidente hondureño surgido de unas elecciones en las que no se permitió participar al legítimo presidente de Honduras, Manuel Zelaya, derrocado por un golpe militar el 28 de junio de 2009.
Lobo, con el visto bueno de la Administración Obama, se apresuró a integrar en su gabinete a representantes de los golpistas, a declarar una amnistía para quienes derrocaron por las armas a Zelaya y a premiar con el nombramiento de diputado vitalicio al líder de éstos, Roberto Micheletti, quien había ocupado temporalmente la silla presidencial una vez desalojado Zelaya del poder. Durante el año transcurrido desde el golpe, murieron a causa de la represión policial decenas de partidarios de Zelaya, y al menos siete periodistas molestos para el régimen. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU y organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional denunciaron la brutal represión que estaba teniendo lugar, pero no hubo condenas ni de parte de Estados Unidos ni de la Unión Europea. España y el resto de la UE denunciaron inicialmente el golpe con la boca chica, pero si bien EE UU reconoció oficialmente a Lobo como presidente, dando con ello carpetazo al tema, la UE retiró de su agenda el “caso hondureño”. A pesar de ello, prácticamente todos los países de América Latina y el Caribe siguieron denunciando el golpe y la farsa posterior, temerosos además de que fuera el precedente de lo que sería la política futura de Obama para la zona.
Por todo ello, invitar a Lobo a la cumbre, sin siquiera sondear el terreno entre los países latinoamericanos, fue una grave torpeza de la diplomacia española. Varios líderes latinoamericanos y caribeños advirtieron de inmediato de que no acudirían a la cumbre de Madrid si en ella participaba Lobo. Contra lo que pudiera creerse, no fue Chávez quien amenazó con un boicot a la Cumbre, sino Lula da Silva, quien, como cabeza de la subpotencia regional, no podía admitirlo tras la derrota personal que le supuso no haber logrado que Zelaya recuperara el poder, después de organizar su retorno a Honduras y albergarlo durante meses en la embajada brasileña en Tegucigalpa. En la Moncloa, en el Palacio de Santa Cruz y en la Zarzuela, hubo tensión y ajetreo para intentar remediar semejante error. Finalmente lograron convencer a Lobo para que se contentara con participar sólo en una minicumbre en Madrid, la que mantendría la UE con los países centroamericanos, para sentar las bases de un acuerdo de libre comercio. Las aguas se calmaron, pero aún así,
varios dirigentes, entre ellos Hugo Chávez, decidieron no acudir a la cita, mostrando con ese gesto la poca importancia que le asignaban.
Chávez, el mayor impulsor de organismos regionales independientes de nuevo tipo en la zona en la última década, ha criticado siempre la desigual relación que sigue existiendo entre los países ricos europeos y los de América Latina y el Caribe, y es incluso partidario de la desaparición no sólo de la OEA (Organización de Estados Americanos, en la que participa EE UU), sino también de las Cumbres Iberoamericanas anuales del “por qué no te callas”, promovidas fundamentalmente por España, con fuertes intereses comerciales y
financieros en la zona. Tampoco estuvieron presentes en la VI Cumbre de Madrid el uruguayo José Múgica, ni el nicaragüense Daniel Ortega o el cubano Raúl Castro, entre otros.
Inmersa en una profunda crisis económica y financiera y con la debilidad demostrada de sus instituciones, la UE sólo podía ver supuestamente como positiva la cumbre con América Latina y el Caribe, una zona que aguanta mejor que la rica Europa las sacudidas de la crisis económica y financiera. Al menos desde 2002 y hasta que la crisis de las subprime se hizo sentir con fuerza en la región en 2008 –especialmente por las bruscas caídas en el precio del petróleo, del gas, el cobre, la soja y otras materias primas– el área vivió un periodo de crecimiento sostenido, no inflacionista, con una reducción real de los índices de pobreza, creación de empleo y reducción de la deuda.
Varios líderes latinoamericanos, como Evo Morales, Cristina Fernández o el propio Lula da Silva, se dieron el gusto de recordar a los representantes de la rica Europa que las recetas ultraliberales del arrogante mundo desarrollado sirvieron de muy poco cuando finalmente estalló la burbuja en la que estaban montados, y que en todos ellos el capital corrió a buscar refugio bajo el paraguas del papaíto Estado al que tanto denostan habitualmente, para poder salvar a sus bancos y empresas en crisis.
“Hemos tenido”, dijo la presidenta argentina en su discurso de clausura, como portavoz del bloque latinoamericano, “sobre todo en la América del Sur, un comportamiento frente a esta crisis global mucho mejor de lo que tal vez se esperaba de procesos políticos que muchas veces no son entendidos, porque tal vez no responden a las categorías de pensamiento oficiales, o por lo menos las que hasta ahora son oficiales.” Cristina Fernández hizo igualmente un llamamiento al multilateralismo y criticó “la adopción, durante mucho tiempo, de pensamientos únicos y recetas únicas aplicables a todo el mundo por igual, cualquiera fuera el tamaño de su economía o el desarrollo de su sociedad”.
“Cuando cayó el Muro de Berlín”, añadió, “parecía que toda idea diferente ya no podía ser discutida, se llegó a anunciar inclusive el fin de la historia; pero no, la historia nunca acaba, siempre sigue y siempre se transforma”. A pesar del interés que tiene para Europa esa región, la ausencia de tantos mandatarios de la UE en la VI Cumbre demostraba la poca expectativa que tenían en poder acercar posiciones entre ambos bloques. Las relaciones han hecho muy pocos progresos en la última década.
Europa reaccionó con retraso a la iniciativa de Estados Unidos de comienzos de los 90 conocida como el “Consenso de Washington” y destinada a imponer a los gobiernos neoliberales de turno en la zona una serie de medidas comerciales, financieras y sociales, que facilitaran su hegemonía total. Fue en 1995, el mismo año en el que el Gobierno de Bill Clinton lanzó en una cumbre en Miami su propuesta del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas), cuando el Consejo Europeo presentó su propuesta de alcanzar “acuerdos de asociación” (AdA, término adoptado para distanciarse de la mala imagen que tienen los TLC de EE UU) tanto con los principales países de la región como con sus distintos
bloques económicos regionales. A esta propuesta seguirían muchas otras similares o complementarias, hasta 2005. En ese año tuvo lugar en Mar del Plata, Argentina, el entierro del ALCA, durante la IV Cumbre de Presidentes de las Américas. Era precisamente el año en que EE UU pretendía que entrara en vigor. El encontronazo entre la nueva América Latina, con una mayoría de gobiernos progresistas en ese entonces, y el imperialismo estadounidense, se plasmó allí. No sólo los líderes del “Eje del Mal” latinoamericano plantaron cara a EE UU. sino también los de países como Brasil o Argentina, que no aceptaban poner en marcha el ALCA, conociendo el negro precedente que supuso la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE UU y Canadá en 1994, y en la medida en que EE UU se negaba a dejar de seguir subsidiando a sus agricultores.
Fue uno de los grandes portazos que recibió Bush “junior” en la cara durante sus ocho años de mandato. Ese mismo año la Unión Europea volvió a la carga; sentía que era su momento de recrudecer su ofensiva en la región. España, individualmente, ya venía ganando terreno en la zona desde hacía años, desde los años 90, con Felipe González en el poder, cuando, gracias a la privatización de gran parte de las empresas públicas locales por parte de corruptos gobiernos neoliberales, consiguió que una docena de los más poderosos bancos y empresas ex públicas españolas se hicieran con el control de los principales servicios públicos de buena parte de América Latina. España se convirtió así en
el segundo inversor extranjero en la región, sólo por detrás de Estados Unidos.Europa no quería quedar al margen del botín y creyó encontrar su ocasión a partir del 11-S, cuando Estados Unidos descuidó la zona, concentrando el grueso de sus energías y medios en las guerras de Irak y Afganistán y en todo lo relacionado con su cruzada contra el terror.
Fue en diciembre de ese mismo 2005 en que se esfumó el proyecto del ALCA cuando la UE lanzó su “Estrategia para una asociación reforzada entre la Unión Europea y América Latina”.
Su oferta, sin embargo, no encontró el terreno tan fértil como esperaba. América Latina y el Caribe vieron que en definitiva la propuesta europea no se diferenciaba sustancialmente de la de Estados Unidos. No se trataba de otra cosa que de una relación asimétrica, de un ALCA a la europea. La Unión Europea reclamaba –y reclama– liberación y apertura total de las economías latinoamericanas a los productos europeos, sin renegar a seguir manteniendo por su parte los subsidios a éstos y a las exportaciones, poniendo a su vez unos precios y unas condiciones draconianas a la entrada en Europa de los productos latinoamericanos. América Latina y el Caribe tienen, además, nuevos novios internacionales, especialmente China, pero también Rusia. Para China, América Latina representa ya hoy día casi la mitad de las inversiones directas que tiene en el extranjero. A China le interesan el gas, el cobre, el petróleo, la soja y otros productos con los que cuenta la región.
La Unión Europea logró en la última cumbre de Madrid menos resultados de los que suponía España, y los que se produjeron, no tuvieron lugar en su Asamblea Plenaria sino en las seis minicumbres bilaterales y subregionales que tuvieron lugar esos días. El resultado más reivindicado por España y con el cual sintió que había salvado el tipo, fue el elanzamiento de las negociaciones comerciales entre la Unión Europea y Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, a los que próximamente se sumará Venezuela y previsiblemente Bolivia), bloqueadas desde 2004 por las trabas puestas por Europa. A pesar de la oposición de Italia, Irlanda y Francia, entre otros, los diálogos se iniciaron. El logro se redujo a eso, a reiniciar el diálogo. Una mayoría de países europeos quiere poder meter el diente en ese mercado de 270 millones de personas, que se ampliaría aún más con la entrada de Venezuela y Bolivia. Hoy día estos dos países tienen el estatus de Estados Asociados, como Colombia, Perú, Chile y Ecuador. La Cumbre sí logró cerrar un Acuerdo de Asociación entre la Unión Europeay los países de América Central. El tratado firmado por la UE con El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Costa Rica y Panamá, fue criticado rápidamente, no sólo por organizaciones populares, sino incluso por productores y empresarios de la mayoría de esos países centroamericanos. La UE cerró igualmente
Acuerdos de Asociación con Perú y Colombia, que se negociaban desde hace años. Estos acuerdos se hicieron al margen de la Comunidad Andina de Naciones (CAN, sucesora del Pacto Andino), lo que fue criticado por Evo Morales y Rafael Correa, quienes adelantaron que sus países no seguirían esos pasos. Morales y Correa, como otros líderes latinoamericanos, venían denunciando desde hace tiempo que las presiones y urgencias de la UE para firmar esos tratados atacaban de lleno el espíritu de integración regional que intenta abrirse paso en la región. La Cumbre Alternativa de los Pueblos que se realizó en Madrid inmediatamente antes de la Cumbre oficial criticó duramente estos acuerdos en consonancia con organizaciones sociales y de derechos humanos.
El espíritu regional, que ha dado lugar en la última década a la creación de nuevos organismos en la zona, es el tropiezo mayor con el que se encuentra tanto
Europa como Estados Unidos para hacer acuerdos con bloques, por lo que a menudo optan por el “divide y vencerás”, celebrando acuerdos bilaterales con aquellos países dispuestos a aceptar sus condiciones. En América Latina y el Caribe conviven realidades y gobiernos dispares. Mientras la derecha ultraliberal campa a sus anchas en países como Colombia, México, Chile y otros, existen países como Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador o Paraguay, que están intentando disminuir drásticamente el desproporcionado volumen de sus importaciones procedentes de países desarrollados.
Ninguno de esos intentos ni de otras medidas económicas adoptadas por esos países se encuadra dentro de un cuestionamiento real del sistema productivo, ni avanzan en la práctica hacia ese pregonado “socialismo del siglo XXI”, a pesar de la ingenuidad de cierta izquierda que así lo cree. Los importantes cambios realizados por países como Venezuela, Bolivia o Ecuador en la propia estructura del Estado y de las instituciones, en el gran protagonismo obtenido por campesinos e indígenas y la mayor participación en la vida pública y comunitaria de millones de postergados, no se ha coherentizado hasta ahora con un cuestionamiento del sistema capitalista.
Sí son reales sin embargo los avances hechos en esta última década hacia la formación de una conciencia regional de América Latina y el Caribe, iniciada con el impulso del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) por parte de Hugo Chávez, y en la que participan Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Ecuador, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas y la Mancomunidad de Dominica. La propuesta, lanzada por Chávez en 2001 y puesta a andar en 2004, tiene el propósito declarado de acabar con la pobreza y la exclusión social en la región, trabajando tanto en el ámbito comercial y económico como en el de los derechos humanos, en la lucha contra el analfabetismo, en la defensa del medioambiente, en la comunicación social o la ciencia. El ALBA instauró la figura del TCP (Tratado Comercial de los Pueblos) para intentar aprovechar al máximo la potencialidad de cada país miembro. El ALBA, que desde hace años propone caminar hacia una moneda única, el sucre, ha sido a su vez la estructura impulsora de otros proyectos, como Telesur, en el campo de la comunicación social, o Petrosur y Petrocaribe en el plano energético, organismos que hoy permiten el abastecimiento de petróleo venezolano a precio preferencial a todos los países del área, disminuyendo o acabando así con su dependencia de la grandes multinacionales extranjeras, estadounidenses y europeas. Para completar el plan de soberanía energética de la región está prevista la construcción de gasoductos y oleoductos, por lo que sigue prevaleciendo, de parte de gobiernos progresistas, una concepción esencialmente extractivista, que de no corregirse puede llegar a ser tan dañina para el medioambiente y muchas poblaciones como lo es la deforestación del Amazonas para producir agrocombustibles que lleva a cabo Lula da Silva desde hace años. Da Silva ha cambiado su prometida reforma agraria de otrora por su
devoción al dios petróleo verde, al biodiésel. Sin embargo, los países miembros del ALBA se han comprometido a iniciar un proceso de transición hacia una economía sostenible, potenciando las energías renovables. Ecuador es el país que más ha avanzado en ese sentido con iniciativas en el terreno medioambiental que incluyen la no explotación de todos los recursos de petróleo, gas y carbón que tiene el país, y una fuerte eco-tasa a las emisiones de dióxido de carbono.
El Banco del Sur, otra iniciativa de Chávez destinada a fomentar créditos al desarrollo y ser alternativa al Banco Mundial y al BID (Banco Interamericano de Desarrollo) tiene como socios a Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. El Banco del Sur ha abierto una línea especial de préstamos para proyectos de interés socio-ambientales.
UNASUR es a su vez un ambicioso proyecto lanzado por Lula da Silva, que aglutina hasta ahora a Brasil, Venezuela, Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador,Paraguay, Perú, Uruguay, Guyana y Surinam, y que pretende convertirse en un verdadero sustituto de la actual OEA, con múltiples áreas de actuación, que van 10 VIENTO SUR Número 111/Julio 2010
desde las relaciones económicas, políticas, sociales, laborales, de inmigración, educativas y un largo etcétera. Sin duda, el ALBA y la compleja red de estructuras sectoriales a las que ha ido dando lugar, junto a Petrocaribe, Petrosur, el Banco del Sur y UNASUR, comienzan a ser, a pesar de su incipiente andadura, cada vez más molestos para el capital extranjero, acostumbrado durante años a no conocer límite alguno a su accionar y a sus beneficios. Cualquiera de las decisiones de nacionalizar los hidrocarburos u otras fuentes de materias primas por parte de un país, suponen importantes alteraciones en las reglas de juego para las empresas extranjeras de ese ramo. Las grandes empresas españolas presentes en la región, muchas veces de forma hegemónica, como Repsol, Endesa, Unión Fenosa, Iberdrola, Gas Natural, Telefónica, BBVA o el Banco Santander, obtienen en esa zona un volumen significativo de sus beneficios totales, por lo que cualquier decisión gubernamental de un país latinoamericano u organismo regional que altere el escenario comercial, financiero, laboral o legal al que deben sujetarse, puede suponer importantes caídas de su cotización en la Bolsa y pérdidas millonarias.
Si a nivel de la UE las grandes empresas europeas con inversiones en el exterior hacen sentir su presión e influencia ante las autoridades comunitarias a través de las confederaciones de las patronales europeas, en España, su puñado de empresas estrella lo hace a través de la CEOE y por otros medios sobre el Gobierno central, contando también con la gran ayuda de los medios de comunicación.
Estos ayudan con sus notas, columnas de opinión y editoriales a demonizar y caricacturizar a los líderes rebeldes de América Latina y a ensalzar el virtuosismo de personajes como Alvaro Uribe, Alan García, Felipe Calderón o Sebastián Piñera. Hasta alguien como Lula da Silva ha pasado de ser un “moderado ejemplar” a ser tratado como un personaje sospechoso, tras su desaire a EE UU por defender a Irán, su dura denuncia del golpe en Honduras, o por su inoportuna idea de crear UNASUR. Y es que se han topado con el coloso de Sudamérica, que sabe que lo es y que intenta sacar partido de ello, convirtiendo a Brasil en una subpotencia regional con aires imperiales.
El grupo mediático español que sin duda más influye para crear una imagen interesadamente distorsionada de la realidad de América Latina y el Caribe, que cala en ambientes políticos, económicos y en los millones de sus lectores, oyentes y telespectadores, no es paradójicamente ninguno de los que están detrás de los medios más rancios de la derecha, como La Razón, ABC, La Gaceta o El Mundo. Es el Grupo Prisa. Y es que ese “holding” tiene fuertes intereses en América Latina y el Caribe y controla desde diarios de oposición en Bolivia, como La Razón y Extra o ATB Bolivia, hasta el poderoso Grupo Latino de Radio extendido por numerosos países; participa del monopolio mediático del
grupo Clarín, de Argentina, y monopoliza los libros de texto de numerosos países a través de Santillana.
Con “puentes naturales” con la UE y padrinos como España, y con informadores “progresistas” como los de PRISA, la lucha de los pueblos de América Latina y el Caribe no las tiene fácil para que en este Viejo Continente se la conozca, reconozca y respete.
Roberto Montoya es periodista; autor de los libros “El imperio global” y “La impunidad imperial”.
Forma parte de la redacción de VIENTO SUR.
Las ausencias de mandatarios fueron el primer síntoma de que eso no sería así. Por parte europea, en la cumbre estuvieron sólo 14 de los 27 presidentes, primeros ministros o jefes de Estado de la Unión Europea. Por parte de América Latina y el Caribe, 19, de un total de más de 30. España, reivindicando siempre ser el “puente natural” entre ambas regiones, pretendía apuntarse un tanto a su favor para coronar su presidencia semestral de la Unión Europea. Pero, una vez más, su torpeza en materia de política exterior
estuvo a punto de mostrar su incapacidad para ser ese “puente”. El Gobierno español no tuvo mejor idea que invitar a la cumbre a Porfirio Lobo, el presidente hondureño surgido de unas elecciones en las que no se permitió participar al legítimo presidente de Honduras, Manuel Zelaya, derrocado por un golpe militar el 28 de junio de 2009.
Lobo, con el visto bueno de la Administración Obama, se apresuró a integrar en su gabinete a representantes de los golpistas, a declarar una amnistía para quienes derrocaron por las armas a Zelaya y a premiar con el nombramiento de diputado vitalicio al líder de éstos, Roberto Micheletti, quien había ocupado temporalmente la silla presidencial una vez desalojado Zelaya del poder. Durante el año transcurrido desde el golpe, murieron a causa de la represión policial decenas de partidarios de Zelaya, y al menos siete periodistas molestos para el régimen. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU y organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional denunciaron la brutal represión que estaba teniendo lugar, pero no hubo condenas ni de parte de Estados Unidos ni de la Unión Europea. España y el resto de la UE denunciaron inicialmente el golpe con la boca chica, pero si bien EE UU reconoció oficialmente a Lobo como presidente, dando con ello carpetazo al tema, la UE retiró de su agenda el “caso hondureño”. A pesar de ello, prácticamente todos los países de América Latina y el Caribe siguieron denunciando el golpe y la farsa posterior, temerosos además de que fuera el precedente de lo que sería la política futura de Obama para la zona.
Por todo ello, invitar a Lobo a la cumbre, sin siquiera sondear el terreno entre los países latinoamericanos, fue una grave torpeza de la diplomacia española. Varios líderes latinoamericanos y caribeños advirtieron de inmediato de que no acudirían a la cumbre de Madrid si en ella participaba Lobo. Contra lo que pudiera creerse, no fue Chávez quien amenazó con un boicot a la Cumbre, sino Lula da Silva, quien, como cabeza de la subpotencia regional, no podía admitirlo tras la derrota personal que le supuso no haber logrado que Zelaya recuperara el poder, después de organizar su retorno a Honduras y albergarlo durante meses en la embajada brasileña en Tegucigalpa. En la Moncloa, en el Palacio de Santa Cruz y en la Zarzuela, hubo tensión y ajetreo para intentar remediar semejante error. Finalmente lograron convencer a Lobo para que se contentara con participar sólo en una minicumbre en Madrid, la que mantendría la UE con los países centroamericanos, para sentar las bases de un acuerdo de libre comercio. Las aguas se calmaron, pero aún así,
varios dirigentes, entre ellos Hugo Chávez, decidieron no acudir a la cita, mostrando con ese gesto la poca importancia que le asignaban.
Chávez, el mayor impulsor de organismos regionales independientes de nuevo tipo en la zona en la última década, ha criticado siempre la desigual relación que sigue existiendo entre los países ricos europeos y los de América Latina y el Caribe, y es incluso partidario de la desaparición no sólo de la OEA (Organización de Estados Americanos, en la que participa EE UU), sino también de las Cumbres Iberoamericanas anuales del “por qué no te callas”, promovidas fundamentalmente por España, con fuertes intereses comerciales y
financieros en la zona. Tampoco estuvieron presentes en la VI Cumbre de Madrid el uruguayo José Múgica, ni el nicaragüense Daniel Ortega o el cubano Raúl Castro, entre otros.
Inmersa en una profunda crisis económica y financiera y con la debilidad demostrada de sus instituciones, la UE sólo podía ver supuestamente como positiva la cumbre con América Latina y el Caribe, una zona que aguanta mejor que la rica Europa las sacudidas de la crisis económica y financiera. Al menos desde 2002 y hasta que la crisis de las subprime se hizo sentir con fuerza en la región en 2008 –especialmente por las bruscas caídas en el precio del petróleo, del gas, el cobre, la soja y otras materias primas– el área vivió un periodo de crecimiento sostenido, no inflacionista, con una reducción real de los índices de pobreza, creación de empleo y reducción de la deuda.
Varios líderes latinoamericanos, como Evo Morales, Cristina Fernández o el propio Lula da Silva, se dieron el gusto de recordar a los representantes de la rica Europa que las recetas ultraliberales del arrogante mundo desarrollado sirvieron de muy poco cuando finalmente estalló la burbuja en la que estaban montados, y que en todos ellos el capital corrió a buscar refugio bajo el paraguas del papaíto Estado al que tanto denostan habitualmente, para poder salvar a sus bancos y empresas en crisis.
“Hemos tenido”, dijo la presidenta argentina en su discurso de clausura, como portavoz del bloque latinoamericano, “sobre todo en la América del Sur, un comportamiento frente a esta crisis global mucho mejor de lo que tal vez se esperaba de procesos políticos que muchas veces no son entendidos, porque tal vez no responden a las categorías de pensamiento oficiales, o por lo menos las que hasta ahora son oficiales.” Cristina Fernández hizo igualmente un llamamiento al multilateralismo y criticó “la adopción, durante mucho tiempo, de pensamientos únicos y recetas únicas aplicables a todo el mundo por igual, cualquiera fuera el tamaño de su economía o el desarrollo de su sociedad”.
“Cuando cayó el Muro de Berlín”, añadió, “parecía que toda idea diferente ya no podía ser discutida, se llegó a anunciar inclusive el fin de la historia; pero no, la historia nunca acaba, siempre sigue y siempre se transforma”. A pesar del interés que tiene para Europa esa región, la ausencia de tantos mandatarios de la UE en la VI Cumbre demostraba la poca expectativa que tenían en poder acercar posiciones entre ambos bloques. Las relaciones han hecho muy pocos progresos en la última década.
Europa reaccionó con retraso a la iniciativa de Estados Unidos de comienzos de los 90 conocida como el “Consenso de Washington” y destinada a imponer a los gobiernos neoliberales de turno en la zona una serie de medidas comerciales, financieras y sociales, que facilitaran su hegemonía total. Fue en 1995, el mismo año en el que el Gobierno de Bill Clinton lanzó en una cumbre en Miami su propuesta del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas), cuando el Consejo Europeo presentó su propuesta de alcanzar “acuerdos de asociación” (AdA, término adoptado para distanciarse de la mala imagen que tienen los TLC de EE UU) tanto con los principales países de la región como con sus distintos
bloques económicos regionales. A esta propuesta seguirían muchas otras similares o complementarias, hasta 2005. En ese año tuvo lugar en Mar del Plata, Argentina, el entierro del ALCA, durante la IV Cumbre de Presidentes de las Américas. Era precisamente el año en que EE UU pretendía que entrara en vigor. El encontronazo entre la nueva América Latina, con una mayoría de gobiernos progresistas en ese entonces, y el imperialismo estadounidense, se plasmó allí. No sólo los líderes del “Eje del Mal” latinoamericano plantaron cara a EE UU. sino también los de países como Brasil o Argentina, que no aceptaban poner en marcha el ALCA, conociendo el negro precedente que supuso la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE UU y Canadá en 1994, y en la medida en que EE UU se negaba a dejar de seguir subsidiando a sus agricultores.
Fue uno de los grandes portazos que recibió Bush “junior” en la cara durante sus ocho años de mandato. Ese mismo año la Unión Europea volvió a la carga; sentía que era su momento de recrudecer su ofensiva en la región. España, individualmente, ya venía ganando terreno en la zona desde hacía años, desde los años 90, con Felipe González en el poder, cuando, gracias a la privatización de gran parte de las empresas públicas locales por parte de corruptos gobiernos neoliberales, consiguió que una docena de los más poderosos bancos y empresas ex públicas españolas se hicieran con el control de los principales servicios públicos de buena parte de América Latina. España se convirtió así en
el segundo inversor extranjero en la región, sólo por detrás de Estados Unidos.Europa no quería quedar al margen del botín y creyó encontrar su ocasión a partir del 11-S, cuando Estados Unidos descuidó la zona, concentrando el grueso de sus energías y medios en las guerras de Irak y Afganistán y en todo lo relacionado con su cruzada contra el terror.
Fue en diciembre de ese mismo 2005 en que se esfumó el proyecto del ALCA cuando la UE lanzó su “Estrategia para una asociación reforzada entre la Unión Europea y América Latina”.
Su oferta, sin embargo, no encontró el terreno tan fértil como esperaba. América Latina y el Caribe vieron que en definitiva la propuesta europea no se diferenciaba sustancialmente de la de Estados Unidos. No se trataba de otra cosa que de una relación asimétrica, de un ALCA a la europea. La Unión Europea reclamaba –y reclama– liberación y apertura total de las economías latinoamericanas a los productos europeos, sin renegar a seguir manteniendo por su parte los subsidios a éstos y a las exportaciones, poniendo a su vez unos precios y unas condiciones draconianas a la entrada en Europa de los productos latinoamericanos. América Latina y el Caribe tienen, además, nuevos novios internacionales, especialmente China, pero también Rusia. Para China, América Latina representa ya hoy día casi la mitad de las inversiones directas que tiene en el extranjero. A China le interesan el gas, el cobre, el petróleo, la soja y otros productos con los que cuenta la región.
La Unión Europea logró en la última cumbre de Madrid menos resultados de los que suponía España, y los que se produjeron, no tuvieron lugar en su Asamblea Plenaria sino en las seis minicumbres bilaterales y subregionales que tuvieron lugar esos días. El resultado más reivindicado por España y con el cual sintió que había salvado el tipo, fue el elanzamiento de las negociaciones comerciales entre la Unión Europea y Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, a los que próximamente se sumará Venezuela y previsiblemente Bolivia), bloqueadas desde 2004 por las trabas puestas por Europa. A pesar de la oposición de Italia, Irlanda y Francia, entre otros, los diálogos se iniciaron. El logro se redujo a eso, a reiniciar el diálogo. Una mayoría de países europeos quiere poder meter el diente en ese mercado de 270 millones de personas, que se ampliaría aún más con la entrada de Venezuela y Bolivia. Hoy día estos dos países tienen el estatus de Estados Asociados, como Colombia, Perú, Chile y Ecuador. La Cumbre sí logró cerrar un Acuerdo de Asociación entre la Unión Europeay los países de América Central. El tratado firmado por la UE con El Salvador, Nicaragua, Guatemala, Honduras, Costa Rica y Panamá, fue criticado rápidamente, no sólo por organizaciones populares, sino incluso por productores y empresarios de la mayoría de esos países centroamericanos. La UE cerró igualmente
Acuerdos de Asociación con Perú y Colombia, que se negociaban desde hace años. Estos acuerdos se hicieron al margen de la Comunidad Andina de Naciones (CAN, sucesora del Pacto Andino), lo que fue criticado por Evo Morales y Rafael Correa, quienes adelantaron que sus países no seguirían esos pasos. Morales y Correa, como otros líderes latinoamericanos, venían denunciando desde hace tiempo que las presiones y urgencias de la UE para firmar esos tratados atacaban de lleno el espíritu de integración regional que intenta abrirse paso en la región. La Cumbre Alternativa de los Pueblos que se realizó en Madrid inmediatamente antes de la Cumbre oficial criticó duramente estos acuerdos en consonancia con organizaciones sociales y de derechos humanos.
El espíritu regional, que ha dado lugar en la última década a la creación de nuevos organismos en la zona, es el tropiezo mayor con el que se encuentra tanto
Europa como Estados Unidos para hacer acuerdos con bloques, por lo que a menudo optan por el “divide y vencerás”, celebrando acuerdos bilaterales con aquellos países dispuestos a aceptar sus condiciones. En América Latina y el Caribe conviven realidades y gobiernos dispares. Mientras la derecha ultraliberal campa a sus anchas en países como Colombia, México, Chile y otros, existen países como Venezuela, Bolivia, Argentina, Ecuador o Paraguay, que están intentando disminuir drásticamente el desproporcionado volumen de sus importaciones procedentes de países desarrollados.
Ninguno de esos intentos ni de otras medidas económicas adoptadas por esos países se encuadra dentro de un cuestionamiento real del sistema productivo, ni avanzan en la práctica hacia ese pregonado “socialismo del siglo XXI”, a pesar de la ingenuidad de cierta izquierda que así lo cree. Los importantes cambios realizados por países como Venezuela, Bolivia o Ecuador en la propia estructura del Estado y de las instituciones, en el gran protagonismo obtenido por campesinos e indígenas y la mayor participación en la vida pública y comunitaria de millones de postergados, no se ha coherentizado hasta ahora con un cuestionamiento del sistema capitalista.
Sí son reales sin embargo los avances hechos en esta última década hacia la formación de una conciencia regional de América Latina y el Caribe, iniciada con el impulso del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) por parte de Hugo Chávez, y en la que participan Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Ecuador, Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas y la Mancomunidad de Dominica. La propuesta, lanzada por Chávez en 2001 y puesta a andar en 2004, tiene el propósito declarado de acabar con la pobreza y la exclusión social en la región, trabajando tanto en el ámbito comercial y económico como en el de los derechos humanos, en la lucha contra el analfabetismo, en la defensa del medioambiente, en la comunicación social o la ciencia. El ALBA instauró la figura del TCP (Tratado Comercial de los Pueblos) para intentar aprovechar al máximo la potencialidad de cada país miembro. El ALBA, que desde hace años propone caminar hacia una moneda única, el sucre, ha sido a su vez la estructura impulsora de otros proyectos, como Telesur, en el campo de la comunicación social, o Petrosur y Petrocaribe en el plano energético, organismos que hoy permiten el abastecimiento de petróleo venezolano a precio preferencial a todos los países del área, disminuyendo o acabando así con su dependencia de la grandes multinacionales extranjeras, estadounidenses y europeas. Para completar el plan de soberanía energética de la región está prevista la construcción de gasoductos y oleoductos, por lo que sigue prevaleciendo, de parte de gobiernos progresistas, una concepción esencialmente extractivista, que de no corregirse puede llegar a ser tan dañina para el medioambiente y muchas poblaciones como lo es la deforestación del Amazonas para producir agrocombustibles que lleva a cabo Lula da Silva desde hace años. Da Silva ha cambiado su prometida reforma agraria de otrora por su
devoción al dios petróleo verde, al biodiésel. Sin embargo, los países miembros del ALBA se han comprometido a iniciar un proceso de transición hacia una economía sostenible, potenciando las energías renovables. Ecuador es el país que más ha avanzado en ese sentido con iniciativas en el terreno medioambiental que incluyen la no explotación de todos los recursos de petróleo, gas y carbón que tiene el país, y una fuerte eco-tasa a las emisiones de dióxido de carbono.
El Banco del Sur, otra iniciativa de Chávez destinada a fomentar créditos al desarrollo y ser alternativa al Banco Mundial y al BID (Banco Interamericano de Desarrollo) tiene como socios a Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. El Banco del Sur ha abierto una línea especial de préstamos para proyectos de interés socio-ambientales.
UNASUR es a su vez un ambicioso proyecto lanzado por Lula da Silva, que aglutina hasta ahora a Brasil, Venezuela, Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador,Paraguay, Perú, Uruguay, Guyana y Surinam, y que pretende convertirse en un verdadero sustituto de la actual OEA, con múltiples áreas de actuación, que van 10 VIENTO SUR Número 111/Julio 2010
desde las relaciones económicas, políticas, sociales, laborales, de inmigración, educativas y un largo etcétera. Sin duda, el ALBA y la compleja red de estructuras sectoriales a las que ha ido dando lugar, junto a Petrocaribe, Petrosur, el Banco del Sur y UNASUR, comienzan a ser, a pesar de su incipiente andadura, cada vez más molestos para el capital extranjero, acostumbrado durante años a no conocer límite alguno a su accionar y a sus beneficios. Cualquiera de las decisiones de nacionalizar los hidrocarburos u otras fuentes de materias primas por parte de un país, suponen importantes alteraciones en las reglas de juego para las empresas extranjeras de ese ramo. Las grandes empresas españolas presentes en la región, muchas veces de forma hegemónica, como Repsol, Endesa, Unión Fenosa, Iberdrola, Gas Natural, Telefónica, BBVA o el Banco Santander, obtienen en esa zona un volumen significativo de sus beneficios totales, por lo que cualquier decisión gubernamental de un país latinoamericano u organismo regional que altere el escenario comercial, financiero, laboral o legal al que deben sujetarse, puede suponer importantes caídas de su cotización en la Bolsa y pérdidas millonarias.
Si a nivel de la UE las grandes empresas europeas con inversiones en el exterior hacen sentir su presión e influencia ante las autoridades comunitarias a través de las confederaciones de las patronales europeas, en España, su puñado de empresas estrella lo hace a través de la CEOE y por otros medios sobre el Gobierno central, contando también con la gran ayuda de los medios de comunicación.
Estos ayudan con sus notas, columnas de opinión y editoriales a demonizar y caricacturizar a los líderes rebeldes de América Latina y a ensalzar el virtuosismo de personajes como Alvaro Uribe, Alan García, Felipe Calderón o Sebastián Piñera. Hasta alguien como Lula da Silva ha pasado de ser un “moderado ejemplar” a ser tratado como un personaje sospechoso, tras su desaire a EE UU por defender a Irán, su dura denuncia del golpe en Honduras, o por su inoportuna idea de crear UNASUR. Y es que se han topado con el coloso de Sudamérica, que sabe que lo es y que intenta sacar partido de ello, convirtiendo a Brasil en una subpotencia regional con aires imperiales.
El grupo mediático español que sin duda más influye para crear una imagen interesadamente distorsionada de la realidad de América Latina y el Caribe, que cala en ambientes políticos, económicos y en los millones de sus lectores, oyentes y telespectadores, no es paradójicamente ninguno de los que están detrás de los medios más rancios de la derecha, como La Razón, ABC, La Gaceta o El Mundo. Es el Grupo Prisa. Y es que ese “holding” tiene fuertes intereses en América Latina y el Caribe y controla desde diarios de oposición en Bolivia, como La Razón y Extra o ATB Bolivia, hasta el poderoso Grupo Latino de Radio extendido por numerosos países; participa del monopolio mediático del
grupo Clarín, de Argentina, y monopoliza los libros de texto de numerosos países a través de Santillana.
Con “puentes naturales” con la UE y padrinos como España, y con informadores “progresistas” como los de PRISA, la lucha de los pueblos de América Latina y el Caribe no las tiene fácil para que en este Viejo Continente se la conozca, reconozca y respete.
Roberto Montoya es periodista; autor de los libros “El imperio global” y “La impunidad imperial”.
Forma parte de la redacción de VIENTO SUR.
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