martes, 21 de agosto de 2012

Cuidarse de los conversos, por Luis Mattini

    Howard Fast  en su novela Torquemada, sugiere que ese terrible agente de la Santa Inquisición, que mandaba a la hoguera con especial saña a los judíos conversos, tenía  ancestros hebreos. De ser así, se trataba él mismo de converso.  Y lo más notable de éste converso, es que su mayor ferocidad la aplicaba a los “cristianos que judeizaban”, porque, según él, se trataba de infiltración judía, o sea diabólica, en el cristianismo. Un detalle interesante en la vida de uno de los personajes más siniestros de la época de la Inquisición: Torquemada.
 
          Pero sin ir tan lejos en la historia ni recurrir al golpe bajo de semejante horrible personaje, es dable observar que los conversos pululan por todas partes y, en general, a pesar de merecer ser respetados por haber adoptado decisiones tan difíciles, suelen ser seres desdeñables por el oportunismo de su conducta posterior, como veremos a continuación: En efecto, en nuestros días, por ejemplo,  vemos a los viejos gorilas convertidos a peronistas montados en el maniqueísmo imperante. 
 
    Sin embargo, desde una mirada objetiva, se podría observar que, en éste presente y en este caso,  el acto de conversión  no es sincero, legitimo, por así decirlo, no es una conducta en donde el alma, la inteligencia o la razón, llegan a la conclusión que se estaba equivocado  y, por lo tanto, en un acto de total honestidad  espiritual e intelectual, se convierte. No, no parece ser tan así en este caso, repito, ya que si uno aproxima la lente de observación se encuentra con la casi sistemática  curiosidad de que la conversión de gorila a peronista se realiza en momentos en que el peronismo es gobierno y  en el marco de jugosos negocios con el aparato gobernante.  
 
    Y como ocurre siempre en los casos de conversión, los conversos se transforman en más papistas que el papa,  de modo tal que acaparan toda tribuna para acusar de gorilas a todos los que mantienen, no digamos ya una postura de oposición, sino una simple postura independiente. Nuestro estupor no tiene límites cuando observamos a viejos y tradicionales estalinistas convertirse al peronismo y acusar de gorilas a los clásicos peronistas de derecha como Duhalde y cía.  (Abelardo Ramos señalaba, en alguna parte, con  profusa documentación, que el más  pestilentemente gorila de la izquierda fue el estalinismo,  por orden directa de Stalin, quien creyó ver en el peronismo una versión criolla del nazismo).    
 
El actual gobierno  es mejor que algunos y peor que otros, pero una cosa es clara: administra con eficacia un sistema  productivo que inauguró el  ex presidente Menem, continuó el también ex presidente De la Rua y, como consecuencias de las cacerolas,  retomó el kirchnerismo con otra forma política.  Una forma  que se caracteriza por un Estado que busca contener lo social, no mediante la represión, sino en base a subsidios, es decir comprando lo más barato posible  y tampoco en base a la generación de empleos productivos. El sistema productivo basado en la biotecnología agraria, la minería de superficie y la industria ligada a esos intereses, genera una enorme producción para el mercado internacional circunstancialmente favorable. El Estado retiene una parte importante de esa masa de dinero y con ella  sostiene la contención, evitando el hambre, pero sin que los pobres dejen de ser pobres. 
 
    De todos modos ese sistema productivo engendra un interesante movimiento económico  alrededor del Estado que naturalmente atrae a pequeños y medianos empresarios de servicios, muchos de los cuales son precisamente  esos viejos gorilas hoy convertidos al peronismo. ¿Cómo?, ¿Y la ética? ¿Ética? Palabra rara esa en nuestro medio, a punto tal que muy pocos pueden diferenciar ética de moral.  Pues hace rato que la burguesía argentina demostró que el dinero no tiene olor. La dictadura mas anticomunista de la historia, no tuvo empacho de venderle cereales a la Unión Soviética rompiendo el bloqueo yanqui. Y la pequeña burguesía argentina y digna alumna de la burguesía nacional. A ello se agrega que no solo la Unión Soviética no tuvo el menor empacho de comprarle cereales a semejante dictadura, sino que el Partido Comunista argentino defendió a Videla, precisamente por esa causa. 
 
    Si fuimos testigos de semejante conversión ¿Por qué nos vamos a asombrar de  que quienes viven acríticos  de las migajas del festín sojero se vendan por treinta denarios?